Del sitio Rorate Caeli, traducimos este artículo llamado "Benedict XVI: the last stage" ("Benedicto XVI: la última etapa").
Si hay un asunto que parece ser una obsesión en este pontificado comenzado siete años atrás, es el relativo a la Fraternidad de San Pío X (FSSPX). Poco después de su inicio, Benedicto XVI se encontró con el Superior, Mons. Fellay, en su residencia de verano de Castel Gandolfo. Eso fue el 29 de agosto de 2005. Entonces dos communiqués [comunicados], uno de Roma, el otro de Menzingen, indicaban al unísono que había sido acordado "proceder en etapas" en la resolución de los problemas. Y los textos más largamente preparados, más profundamente discutidos, y más vigorosamente contestados de este tema fueron aquellos que constituían estos famosos tópicos: el motu proprio que liberó la Misa tradicional y luego el levantamiento de las excomuniones de los obispos ordenados por Mons. Lefebvre.
El 264 Sucesor de Pedro tiene una cita con la historia, pase lo que pase. Quiere fijar un legado de medio siglo de antigüedad, uno que indudablemente le llevó a renunciar a los Juanes y los Pablos para revivir a los Pios y los Leos, los Gregorios y los Clementes, los Inocentes y los Benedictos. Muchos periodistas han remarcado esto.
Esta obsesión está primariamente basada en un asunto de importancia personal. El 5 de mayo de 1988, tras numerosos encuentros con Mons. Lefebvre, que hasta entonces había llevado el fundador de la FSSPX a la oficina de Pablo VI, y luego a la de Juan Pablo II, el Cardenal Joseph Ratzinger llegó a un acuerdo histórico. El prelado de Écône firmó un protocolo regularizando la obra que había fundado dieciocho años antes. Su confianza se mantuvo frágil porque estaba en guardia ante una Curia que continuaba celebrando incansablemente encuentros interreligiosos y prohibiendo en todo el mundo la celebración de la Misa tradicional. Sólo unas pocas palabras de un Cardenal serían suficientes para hacer la diferencia. Ese Cardenal era... Joseph Ratzinger. El día previo, él le había sugerido al Arzobispo la terrible idea de tener algunas Misas celebradas en francés en Saint-Nicolas du Chardonnet, la histórica iglesia parisina de la FSSPX. Luego, a falta de apoyo, fue incapaz de obtener una fecha específica y definitiva para la consagración del obispo que había sido garantizado. Primeramente prevista para fines de junio, la ceremonia fue pospuesta para la Ascensión, luego al verano siguiente y después a Navidad. La confianza se desgastó. Justo antes de la partida, el Cardenal le entregó a Mons. Lefebvre un modelo de carta pidiendo perdón al Papa. Fue la última gota. Al día siguiente, el 6 de mayo de 1988, mientras la Curia se apresuraba a llamar a los periodistas para anunciar las tan esperadas noticias, un joven sacerdote de Albano presentó a Mons. Jospeh Clemens, secretario del Prefecto, una carta que él inmediatamente dobló de nuevo, dada la intensidad del efecto que causó en él. El monseñor bávaro fue indudablemente el único que atestiguó la angustia de su compatriota, el Cardenal, mientras le entregaba la nota por medio de la cual Mons. Lefebvre se retractaba de su firma. Durante años el Cardenal vivió con esta carga, una carga que incluso mencionó a un obispo centro-europeo poco antes de ascender a la silla de Pedro.
Veinticuatro años depués, el Cardenal llega al timón de la Iglesia. Las cosas vienen mal, bastante mal. Todo aquello que indicaba un cuarto de siglo antes, que la restauración tradicionalista nunca tomaría lugar, ha fallado. El neo-conservadurismo wojtyliano se ha quedado sin combustible. El carismatismo no ha conseguido revertir la tendencia. En las viejas naciones cristianas, las iglesias están vacías, los campanarios se desmoronan debido a su falta de reparación, los seminarios cierran y los así llamados diarios católicos apenas sobreviven. Lo que queda es el caso de conciencia del Papa, con el que se afana poco después de su elección, tal como uno de sus colaboradores que fue creado Cardenal, afirma que la Fraternidad se ha convertido en "una espina para la Iglesia". Pero con los años pasados, los males del período post-conciliar deben ser removidos, como otras malos frutos que el Romano Pontífice debe quitar a riesgo de que infecten a todo el rebaño. En Austria y en algunas regiones europeas los sacerdotes se rebelan. En EE.UU. las religiosas unen fuerzas contra Roma, todo en nombre del Concilio. Los medios de comunicación hostiles no se abstienen de magnificar los errores del clero que ha abrazado tanto al mundo que, en algunos casos, ha tomado de él sus vicios. La autoridad de la Iglesia es mal manejada. Al sonido de voces que anuncian cada mes el fin del pontificado, algunos dicasterios parecen actuar individualmente. Por no mencionar aquellas diócesis que ya no profesan la fe católica. Y además, sigue siendo un arma de choque para Benedicto XVI este famoso asunto que le preocupa, el de la Fraternidad. Cada paso que lo ha llevado más cerca de ella ha coincidido con el crecimiento del odio de los adversarios, y la victoria sobre ellos. El Papa Ratzinger lo mencionó a los obispos el 10 de marzo de 2009: " Y si alguno intenta acercarse [a la Fraternidad] –en este caso el Papa–, también él pierde el derecho a la tolerancia y puede ser tratado con odio, sin temor ni reservas". ¿No hay en las palabras del Papa, enfrentadas con el mundo, un eco distante de aquel llamamiento que lanzó al comienzo de su pontificado, pidiendo oraciones para no huir por miedo a los lobos?
A decir verdad, no queda otra opción. En el otoño del 2012 la determinación de Benedicto XVI parece ser tal que la FSSPX no tendría siquiera posibilidad de elegir. El estatuto le caerá desde arriba, por acuerdo mutuo o por la fuerza. El Papa quiere su regularización con una voluntad resuelta, se acepte o no el Concilio, se acepte o no la Misa nueva. Indudablemente no comparte el pensamiento de Marecel Lefebvre y sus discípulos, quienes sostienen que la libertad religiosa da un golpe fatal al espíritu misionero. Sin embargo él ha tomado la posibilidad de abrir discusiones doctrinales que, a través de toda la Iglesia, ha abierto las puertas de los cuestionamientos a los principios controvertidos del Vaticano II. ¿Está el papa verdaderamente seguro de sí mismo? Regularizando la Fraternidad, aunque las discusiones doctrinales hayan fallado, hace entender de alguna manera que uno puede ser de la Iglesia y no desposarse con las ideas del último Concilio, dejándolo como una opción, como la nueva Misa lo ha sido en los últimos cinco años. Lo que es certero, y este dilema personal lo recuerda, es que el Supremo Pontífice cree, ante Dios, que el título "católico" no puede ser rechazado por la obra de Mons. Lefebvre. Esta es la única cuestión que lo inspira.
El camino no está terminado. Recordemos que en 1988 la regularización falló por problemas de naturaleza canónica, que afectó la mutua confianza. Y todo parece apuntar al hecho de que Mons. Fellay está decidido más que nunca a guardar los principios afirmados por Mons. Lefebvre. Sólo el contexto es diferente. Un cuarto de siglo atrás, la determinación papal no era tan resuelta. Además, la misericordia ha cedido lugar a la persistencia. Y ahora el Romano Pontífice parece establecer más que nunca una barrera contra los frutos del matrimonio entre la Iglesia y el mundo, una unión que no podemos sino identificar como conciliar.
A guest-post by Côme de Prévigny