S.S. Benedicto XVI:
“Dios habla en el silencio, pero hay que saberlo escuchar”.
En todas las épocas, hombres y mujeres que han consagrado su vida a Dios en la oración - como los monjes y las monjas - han establecido sus comunidades en lugares particularmente bellos, en el campo, las colinas, en los valles de las montañas, cerca de los lagos o el mar, e incluso en pequeñas islas. Estos lugares unen dos elementos muy importantes para la vida contemplativa: la belleza de la creación, que lleva a la belleza del Creador, y el silencio garantizado por la lejanía respecto a la ciudad y a las grandes vías de comunicación. El silencio es la condición ambiental que mejor favorece el recogimiento, la escucha de Dios y la meditación. Ya el hecho mismo de disfrutar el silencio, de dejarnos, por así decirlo, "llenar" por el silencio, nos predispone a la oración. El gran profeta Elías en el Monte Horeb - es decir, en el Sinaí - fue testigo de una ráfaga de viento, un terremoto, y luego relámpagos de fuego, pero no reconoció en ello la voz de Dios; lo reconoció, sin embargo, en una ligera brisa (1 Reyes 19,11-13).
Dios habla en el silencio, pero hay que saberlo escuchar. Por esta razón los monasterios son oasis en los que Dios habla a la humanidad. Allí se encuentra el claustro, un lugar simbólico, porque es un espacio cerrado pero abierto el cielo.
Mañana queridos amigos celebraremos la memoria de santa Clara de Asís. Por esto me gusta recordar uno de estos "oasis" del espíritu particularmente querido por la Familia Franciscana y por todos los cristianos: el pequeño convento de San Damián, situado justo debajo de la ciudad de Asís, en medio de olivos que gradualmente bajan hasta santa María de los Ángeles. Cerca de esta pequeña iglesia, que Francisco restauró después de su conversión, Clara y las primeras compañeras establecieron su comunidad, viviendo de oración y de pequeños trabajos. Se les llamaban "las hermanas pobres" y su "forma de vida" era la misma que la de los Hermanos Menores: "Observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo" (Regla de Santa Clara, I, 2), conservando la unión de mutua caridad (cf. ibid, X, 7) y cumpliendo de manera particular la pobreza y la humildad vividas por Jesús y su Madre Santísima (cf. ibid, XII, 13).
El silencio y la belleza del lugar donde vive la comunidad monástica - belleza sencilla y austera – constituyen, por así decirlo, un reflejo de la armonía espiritual que la misma comunidad busca alcanzar. El mundo está sembrado de estos oasis del espíritu, algunos muy antiguos, especialmente en Europa, otros más recientes, y otros restaurados por nuevas comunidades. ¡Mirando las cosas en una óptica espiritual, estos lugares del espíritu son un eje básico del mundo! No es casualidad que muchas personas, en los períodos de descanso, visiten estos lugares y se detengan por algunos días: ¡también el alma, gracias a Dios, tiene sus propias exigencias!
Recordemos, por tanto, a Santa Clara. Pero recordemos también a otras figuras de santos que nos evocan la importancia de dirigir la mirada a "las cosas del cielo", como Santa Edith Stein, Teresa Benedicta de la Cruz, carmelita, compatrona de Europa, que celebramos ayer. Y hoy, 10 de agosto, no podemos olvidar a san Lorenzo, diácono y mártir, con un afecto especial para los romanos, que desde siempre lo veneran como uno de sus patronos. Finalmente, dirijamos nuestra mirada a la Virgen María, para que nos enseñe a amar el silencio y la oración.
Benedicto XVI
Catequésis en Audiencia General
Palacio Apostólico de Castel Gandolfo
Ago-10-2011
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