—Monje, no sé si este es el medio pero últimamente me pasa que a la hora de confesarme me viene la idea de patearlo mas para adelante porque no puedo hacer un buen examen de conciencia tranquilo, y cuando me siento a hacerlo y paso mucho tiempo (3-4 semanas) no encuentro nada o me fijo en pequeñeces muy abstractas.
—Es que no funciona así: no es por escarbe. No es auto-inducido, auto-iluminado, auto-interpelado. No puedes ser juez y parte, fiscal y acusado... Todo eso es un invento voluntarista del jesuitismo decadente. La verdad está en dejar que Dios te acuse. Que su misma Voz --su Palabra, claro-- entre, desenvaine su látigo de cuerdas, separe, y descoyunte hasta los tuétanos. No hay mejor confesión que esa en que uno pide perdón a Dios de aquello de lo cual Dios mismo me ha acusado en la Lectio de esa madrugada. Ni de una coma más ni de una coma menos. Lo demás es impostación, puesta en escena, forzado y aparatoso inventario conceptual de errores y pecados. Nada más arrogante que acusarse de lo que no fui acusado. Con un agravante: que el hábito instalado y arraigado de autoacusación nos torna tremendamente cerrados e impermeables para recibir la acusación del Único Juez. Es tremenda esta paradoja: el ser humano, cuanto más proclive es a acusarse a sí mismo, menos acepta la corrección del otro. Mientras sea uno mismo, uno es capaz de llamarse asesino serial por un uso indebido de la lengua; pero ay de que Otro me señale un miligramo de vanidad... Si tu padre, cuando eras chico, te levantaba por el aire por haberle contestado mal a tu madre, tú ibas --tras la filípica-- y pedías perdón por ESO; en ninguna cabeza cabe imaginar que de paso te disculparas por recónditos errores desvinculados por completo del reto en cuestión. Deja que el Señor te rete, recibe y acepta su reprimenda, pídele perdón, focalízate en la enmienda del caso, y deja de escanearte el alma con el manual completo de Moral, que tanto aparato detector de cáncer da cáncer. Déjalo a Dios ser Dios y tú déjate de joder.
Edición y adecuación de una respuesta del monje
Athonita.