Traducimos a continuación el artículo de hoy de New Liturgical Movement.
¿Es conveniente para el sacerdote
recitar todos los textos de la Misa?
Por PETER KWASNIEWSKI
En discusiones sobre liturgia uno
siempre escucha algo como lo siguiente: "Concedido, las cosas fueron muy
lejos, pero tienes que admitir que había algunas cosas en la Misa antigua que
necesitaban cambiar. Sacrosanctum
Concilium pedía cambios y expidió algunas verdaderas (aunque modestas)
directivas -y quizás en una futura revisión del Misal Romano tradicional estas
mejoras puedan hacerse."
Hoy en día me gusta
preguntar siempre (y si estoy en la escena, lo hago) exactamente qué cambios tiene la
persona en mente que cree que serían mejoras. Con pocas excepciones, los
argumentos en favor de cambios en el texto del Misal, las rúbricas o las
ceremonias no encuentran convicción en aquellos que entienden (y por tanto
aman) el significado de esos textos, rúbricas o ceremonias. En este punto de mi
vida, tras una larga experiencia de conocer y amar la liturgia tradicional in
su pureza de doctrina, expresividad poética, conmovedor simbolismo, fácil
integración del clero, la gente y los músicos, y (no menos) infalible psicología
y pedagogía, tiendo a tener las más serias dudas sobre cualquiera de las
"mejoras" propuestas que sugiere la gente. Tales "mejoras" serían
obtenidas al costo de dañar la integridad litúrgica del rito, un costo
demasiado elevado para pagar por ganancias discutibles.
Mi punto de vista no fue siempre
así. Hubo un tiempo, años atrás, en que pensaba que la Misa antigua podía ser
mejorada en este sentido o el otro. Por ejemplo, creía que era bastante
evidente que el sacerdote no debería andar repitiendo las antífonas o las
oraciones que la gente o la schola ya estaban cantando. Había leído expertos
liturgistas que afirmaban que esto había resultado de la influencia de la
Misa rezada sobre la Misa cantada, y que juzgaban una redundancia superflua; una
suerte de sutil clericalismo que requería del sacerdote hacer todo o si no
"su Misa" no estaría completa. Recuerdo haber discutido en un foro
que durante el Gloria y el Credo el sacerdote no debería recitar el texto y
luego sentarse, sino cantarlo con el pueblo, estando todo el tiempo de pie junto a ellos.
Pero ya no estoy más de acuerdo
con los expertos racionalistas. He podido ver la belleza y la sabiduría en el
desarrollo que llevó a la recitación personal del sacerdote de todos los textos
en el usus antiquor de la Misa cantada; y aunque un artículo corto no puede
hacer justicia al tema, quisiera ofrecerles algunos pensamientos disparadores
con la esperanza de que los lectores (especialmente sacerdotes) se unan a la
conversación por medio de comentarios.
Porque el sacerdote se para frente al
altar in persona Christi, él se sitúa en persona del "todo Cristo",
cabeza y cuerpo. Realiza gestos y recita oraciones ya en la dirección de
Cristo a los fieles, la mediación descendente de las cosas sagradas, como en la dirección
de los fieles a Cristo, el ofrecimiento ascendente de dones y oraciones. El
momento de perfecta asimilación a Cristo el Sumo Sacerdote viene en el momento
de la Consagración, cuando el sacerdote habla como si no fuera otro que Cristo
Mismo, cuyo ícono viviente e instrumento es, en efecto: Hoc est enim Corpus
meum . . . Hic est enim Calix Sanguinis mei . . .
La identidad ministerial del
sacerdote es así consumada y escondida dentro de singular y perfecto sacerdocio
ontológico de Jesucristo. Pero cuando el sacerdote dice en viva voz Nobis
quoque peccatoribus, allí está representado a la gente, a los miembros del cuerpo
místico de Cristo -porque en la cabeza de este cuerpo no hay pecado, mientras
que en sus miembros hay imperfecciones que deben ser superadas para hacer su
reincorporación definitiva. Por lo tanto, en su propia identidad sacramental el
sacerdote representa a todo Cristo, cabeza y cuerpo, y es conveniente que
mantenga este rol de completa representación desde el comienzo hasta el final
-desde el comienzo de la Misa, haciendo reverencia delante del altar en
humildad y confesión, hasta el final, bendiciendo a la gente y haciéndoles
recordar de la sublime Encarnación del Verbo, plenum gratiae et veritatis. El
dramático simbolismo de la liturgia no admite interrupción ni mensajes
contradictorios.
Con esta verdad en mente, queda
más claro por qué la Divina Providencia permitió que continuara la práctica de
que el sacerdote recite la Misa entera -todos los propios, lecturas y
oraciones- aún cuando ministros subordinados, una schola o la gente reciten o
canten algunas de ellas. Cuando el sacerdote recita el Introito, está en
la persona de Cristo el profeta, anunciando algún misterio que ha sido
realizado en la misión terrenal del Señor. Cuando el sacerdote recita el triple
Kyrie con su ritmo silencioso y sombrío, está suplicando la misericordia del
Dios todopoderoso, nuevamente actuando visiblemente en la persona del Sumo
Sacerdote que ofrece el sacrificio en nombre de los pecadores. Cuando él entona el Gloria, actúa como representante de la gente, los miembros de Cristo, que
rinde culto al Dios trino; esto también es acto sacerdotal, uno que pertenece a
todos los fieles pero que sin embargo es más adecuado para él, en virtud de la posesión de los Órdenes Sagrados. Cuando lee el Evangelio, es como la imagen
viviente de Cristo que la lee. Nada de esto le resta importancia o diluye los
roles que otros ministros o fieles tengan o deberían tener; en cambio, se
limita a la máxima unidad de acción litúrgica al hacerlo fluir desde y hasta
el mismo Alfa y Omega, Cristo Mismo, cuya unidad de ser y operación en
sensiblemente representada por el celebrante.
Muchos de estos ejemplos pueden
darse desde la liturgia. El sacerdote realiza gestos y oraciones que convienen
no sólo a la cabeza, Cristo el Sumo Sacerdote, sino también a los miembros del
cuerpo de Cristo, la Iglesia, hueso de su hueso y carne de su carne. Reitero: él representa al Cristo todo, cabeza y miembros. Y por ello es
altamente conveniente que él, que ha sido formado a la imagen y semejanza del
Mediador entre Dios y el hombre, siempre tenga en sus labios y en su corazón la
oración de la cabeza así como las oraciones de los miembros.
Es verdadero -y maravilloso
misterio- que todos los cristianos compartimos un sacerdocio de Cristo: cada
uno de los fieles está bautizado como sacerdote, profeta y rey. Este carácter
sacramental impreso indeleblemente en nuestra alma por el bautismo es un título
para rendir culto al verdadero Dios viviente, confiriéndonos el derecho a tomar
parte de los otros sacramentos y, en última instancia, de recibir su fruto, la
vida eterna. El carácter bautismal faculta al cristiano a recibir otros dones
de gracia, a ofrecer un culto agradable, y, sobre todo, a recibir el precioso Cuerpo
y Sangre de Cristo. Esto es doctrina clásica, enseñada por Santo Tomás de
Aquino, muchos otros doctores de la Iglesias y el Magisterio mismo. Con lo cual no
es menos correcto o conveniente que los fieles canten aquellas partes de la
Misa cantada que les son propias, como el Ordinario -los diálogos, el Kyrie,
Gloria, Credo, Sanctus, Agnus Dei, etc.- y que realicen acciones externas por
rúbrica o costumbre, y unan su ferviente oración silenciosa a la del sacerdote
que los representa. Al hacerlo, realizan su oficio sacerdotal. Cada uno hace lo
que le es propio hacer, y está unido en espíritu a todos los otros bajo la
cabeza de Cristo.
Esto es verdaderamente una
visión de orden, armonía, paz y sabiduría. Es el orden que vemos en forma
germinal en el Nuevo Testamento, manifestado en las distintas épocas de la historia de la
Iglesia, inherente a la Tradición católica, expuesto en el desarrollo
orgánico de la liturgia. Como empeñados que eran (y son) los reformistas
litúrgicos y radicales para derrumbar esta jerarquía natural y sobrenatural,
están golpeando contra el aguijón, como Saúl, y han de golpear contra una roca
inmovible. Es nuestro privilegio como católicos el ser los muchos y variados
miembros del Cuerpo Místico y encontrar nuestra santidad sirviendo humildemente en
el lugar al que hemos sido llamados por la Divina Providencia. Esto incluye,
por supuesto, al sacerdote sirviendo al máximo en su rol sacerdotal, sin
vergüenza, apocamiento o dispersión.
... una imagen de jerarquía cósmica y celestial...
Ni siquiera he tocado la cuestión
de valor devocional subjetivo o personal de la recitación de las antífonas,
oraciones y lecturas por el celebrante, un valor que muchos sacerdotes que
celebran el usus antiquor reconocen y aprecian como ayuda preciosa a su propia
participatio actuosa en su culto al Señor. Mi argumento está fundado en cambio
en hechos objetivos sobre la propia naturaleza de la liturgia y el sacerdocio,
una objetividad que está bellamente simbolizada y extendida por la práctica de
la costumbre en discusión y por tanto debidamente impresa en los fieles que
asisten a la Misa.