Hace un tiempo di con un artículo sobre los "Cambios del Vaticano II" respecto de la "Asamblea y Presidencia"; es decir, en cuanto al rol del Sacerdote y del pueblo en la Santa Misa. Este artículo se encuentra publicado a la manera de "curso" en el
sitio web de la Universidad Pontificia de Comillas, Madrid, España.
Me llamó mucho la atención una serie de críticas no solo a lo que llaman la "liturgia preconciliar", sino a la Santa Misa misma y a costumbres "preconciliares". Con un poco de bronca (entiéndase por enfado) por las críticas infundamentadas y bastante desubicadas decidí refutar cada uno de sus argumentos, aquí publicados.
El texto color marrón sobre fondo amarillo es el original. Debajo van mis notas.
1) Los cambios del
Vaticano II
El concilio supuso un verdadero terremoto litúrgico.
Desde el Misal de San Pío V, predominó el inmovilismo; apenas hubo ninguna
reforma durante cuatrocientos años. Sólo los que hemos conocido la liturgia
preconciliar podemos entender y valorar los cambios increíbles que se
produjeron.
Desde luego que el último Concilio Ecuménico desencadenó un verdadero terremoto litúrgico, en el más profundo sentido del mismo. Los cambios fueron realmente increíbles (para ello se recomienda leer La Reforma Litúrgica del Rito Romano de Mons. Gamber). El concepto de “inmovilismo” es un neo logismo moderno que supone denunciar la falta de participación del pueblo en la Misa, confundiendo así el verdadero sentido de la Misa, en la cual es el Sacerdote quien ofrece un Sacrificio y no el pueblo, el cual se congrega en la iglesia para asistir al Milagro de la Presencia Real de Cristo en la Misa.
Con respecto al tema de las reformas en el rito, eso es bastante relativo. Ante todo, el rito es fruto de la Tradición de la Iglesia; partes de la Misa misma datan de la época de Cristo, y otras tantas fueron agregadas con el tiempo en consonancia con las costumbres y de la misma Tradición. No existe una intención de “reforma” de la Misa a menos que degenere o tienda a la herejía o a la confusión de los fieles (en el sentido Doctrinal), lo cual no era ni es en absoluto en el Rito Romano.
Liturgias orientales, como la Divina Liturgia de San Basilio o la de San Juan Crisóstomo llevan más de 400 años sin una coma cambiada.
Las reformas que se puedan hacer atienden a una ligera adaptación según los tiempos en que se viven, y solamente pueden afectar algunas partes de la Misa que pueden llegar a ser variables y que no modifican en nada el carácter propio de la Santa Misa (Ej: oraciones al pie del Altar, preces leoninas, último Evangelio, etc.). Tras la re-edición del Misal Romano en el año 1963 efectuada por el Beato Juan XXIII se quiso proceder a una ligera reforma del mismo, y se experimentó con el llamado Misal de 1965 que constituyó un bosquejo de lo que se podría llegar a cambiar en un futuro no muy lejano. Este Misal preservaba el Rito Romano en su integridad y modificaba algunos elementos variables (como la reducción de las oraciones al pie del Altar, quitaba la lectura del último Evangelio, permitía las lecturas en lengua vernácula, etc.). Finalmente este Misal fue desechado y un grupo de religiosos con ideas radicales (con origen en la Teología liberal) decidieron elaborar un Misal nuevo (por ello muchos le llaman “artificial”, entre ellos quien fuera por entonces el Cardenal Ratzinger) y que resultó en una deformación ritual que poco tenía que ver con lo anterior y que se resumía en un eclecticismo (reuniendo elementos re ritos antiguos, tales como el egipcio, el antiguo galicano) e imprimiendo en él una huella de primitivismo (idea típicamente Protestante) que además de ser errada en su aplicación, era lo que Pío XII había condenado como “arqueologismo”.
a).- La eucaristía preconciliar
Veamos una ligera descripción de
cómo era la Eucaristía preconciliar.
1.- Las
liturgias se tenían en un latín que nadie comprendía. El sacerdote leía todas
las lecturas en latín y mirando hacia el retablo.
El latín podía ser fácilmente comprendido en los países
latinos (de lengua romance). De todas maneras las lecturas, excepto el último
Evangelio, se hacían cara al pueblo, incluso se cantaba (la Epístola) en las
Misas Solemnes. El Evangelio se anunciaba desde un púlpito y muchas veces un
asistente traducía a los feligreses.
De cualquier manera los fieles, especialmente en los últimos
siglos, los usaban un misal personal donde accedían a todas las lecturas
en lengua vernácula.
2.- Diversas
Misas se celebraban a la vez en la misma iglesia, y la gente las iba siguiendo
simultáneamente. En los teologados había multitud de altares en los coros. Se iban oyendo las campanillas de las
sucesivas consagraciones.
En la Misa tradicional la concelebración no existe.
Solamente un celebrante preside la Santa Misa; los demás participan desde el
coro. Por ello, en los monasterios, seminarios, parroquias, etc., el cabildo o
los Vicarios parroquiales celebraban Misa incluso simultáneamente en diferentes
altares. Así podían tener la posibilidad de celebrar Misa todos. Esto
claramente se hacía en los altares secundarios o laterales, mientras que el
Altar Mayor se reservaba para la Misa con pueblo, o para la Misa dominical.
Por tanto los fieles no seguían celebraciones simultáneas,
si no que asistían a una sola.
Altares laterales.
3.- Había
la posibilidad de una misa de sesión continua, en la que uno podía cumplir el
precepto dominical escuchando el final de una y el principio de otra con tal
que no se separase la consagración de la comunión.
Esto es un error. Es verdad que mucha gente llegaba poco
antes de la Consagración y se quedaba hasta la mitad de la Misa siguiente, tal
como puede hacerse hoy en día (no es defecto de la Misa tradicional propia).
Esto fue condenado en su tiempo y se afirmó que el precepto radicaba en una
sola celebración continua.
4.- Mucha
gente llegaba sistemáticamente al ofertorio y se marchaba antes del último
evangelio. Con ello se quitaba importancia a la liturgia de la palabra, quizás
porque era en latín.
Por entonces la “Liturgia de la
Palabra” no existía. La enunciación de las lecturas y el Evangelio se hacían
durante la Misa de los Catecúmenos, antes de pasar a la Misa de los
Fieles. El “último Evangelio”, es decir, el principio del Evangelio de Juan
se celebraba tras la Comunión (con lo cual no constituía parta de lo que
hoy podría llamarse “Liturgia de la Palabra”); que fuera en la lengua sagrada
del catolicismo no implica que ello fuera impedimento. Si los fieles se iban no
era por ello; hoy día también se ve gente irse tras comulgar, sin la bendición
final.
5.- Nunca
jamás en toda su vida recibían los fieles cristianos el cáliz para la comunión
bajo las dos especies.
La recepción de la Comunión bajo las
dos Especies era y es reservada única y exclusivamente para el
Sacerdote. Bajo condiciones extraordinarias podía y puede ser administrado a
los fieles según las regulaciones eclesiásticas. Recordemos que en cada una de
las dos Especies se encuentran contenidas las dos, con lo cual comulgar bajo
una sola es equivalente a hacerlo con las dos (Concomitancia).
6.- La
comunión se podía dar fuera de la misa. El sacerdote salía a dar la comunión
antes o después de terminada la misa. Mucha gente a diario iba a la iglesia
sólo a comulgar.
El Sacramento de la Eucaristía puede
administrarse fuera de la Santa Misa, al igual que los demás. Es cierto que lo
más propicio (sobre todo en domingo) es hacerlo durante la Santa Misa, pero
ello no es excluyente de aquellos fieles que por una circunstancia particular
no puedan acercarse a la iglesia (como enfermos, etc.). Con respecto a lo
segundo, la Misa semanal no es preceptual (ni antes ni ahora), con lo cual los
fieles pueden acercarse a comulgar sin haber presenciado las lecturas, la
Consagración, etc.
7.- La
comunión se recibía de rodillas en la reja del presbiterio, y siempre en la
boca.
Se recibía de rodillas en la reja
del presbiterio o en el comulgatorio. Sobre la forma de recibirla no hay nada
para agregar. Es la forma más decorosa y digna de recibirla. Recibirla en la
mano es un invento protestante (quienes no reconocen la Presencia Real de
Cristo en la Hostia, si no una “presencia simbólica”), que se extendió
erráticamente entre los católicos de los Países Bajos y que luego trascendió
las fronteras. Es absolutamente condenable esta práctica.
8.- Las
Misas eran de cara a la pared; el altar se asemeja más a un ara que la mesa de
un banquete.
La Misa era (y debería serlo también
en el Novus Ordo) celebrada ad Orientem. Sacerdote y pueblo rezaban
juntos mirando hacia el Pantocrátor, hacia el Tabernáculo. El Altar es
un ara, un altar, justamente y no una “mesa de banquete”,
concepto erróneo surgido de la teología protestante en la cual se hace una
“Cena del Señor” y no el Sacrificio de la Santa Misa.
Presbiterio tradicional con Altar en forma de ara.
Altar nuevo en forma de mesa.
9.- El
culto a los santos oscurecía la centralidad del misterio de Jesucristo. En el
calendario el número excesivo fiestas de los santos desfiguraban la naturaleza
de los tiempos litúrgicos. En las iglesias se multiplicaban las imágenes con
sus altarcitos, donde la gente satisfacía su piedad privada, con merma de las
celebraciones comunitarias.
El culto a los Santos era y es
recomendado especialmente por los Papas, por la Tradición y por el Magisterio
de la Iglesia. Su devoción es animada y por ello se instituyeron a los largo de
la historia su conmemoración en el calendario litúrgico. Estas prácticas NUNCA
pueden oscurecer la centralidad de la Redención de Cristo (quienes lo hagan mal
son herejes). Y esto no tiene que ver con la Santa Misa tradicional si no con
algo privado.
Altar lateral y retablo con imágenes de Santos.
10.- Como
no se entendía el latín, era costumbre rezar el rosario durante la Misa, o leer
un libro piadoso. En algunos sitios había un predicador en el púlpito que
predicaba durante toda la Misa, y solamente interrumpía un momento en la
consagración, y luego continuaba.
Es un dato inexacto. Durante la Edad
Media lo que recitaba el Sacerdote no se escuchaba en toda la iglesia (lo cual
es lógico), con lo cual, mientras el Sacerdote celebraba la Misa, sobre todo el
Canon, un Sacerdote subía al púlpito y predicaba el Catecismo. Otros rezaban el
Rosario o tenían lecturas piadosas. Esto cambió posteriormente, cuando las
iglesias fueron más pequeñas y los fieles asistían a la Misa con sus
respectivos Misales y seguían (y siguen) sin inconvenientes todas las partes de
la Misa.
11.- Se
fomentaba la escrupulosidad de los sacerdotes que temían cometer cantidad de
pecados mortales omitiendo palabras en el canon (cada palabra omitida = un
pecado mortal).
La escrupulosidad del Sacerdote es
sinónimo de dedicación y muchas veces de gran moralidad, incluso de santidad.
El detalle sobre los pecados mortales es vago e inexacto; no obstante se debe
hacer acordar que el Canon es sumamente importante (más aún en las Liturgias orientales)
y por ello omitir palabras sería descuido, falta de atención, e irreverencia
ante el Sacrificio que se está llevando a cabo. Es como el juez que lee mal una
sentencia o un chef que lee mal una receta. Evidentemente en el caso de la
Santa Misa, que es absolutamente más importante que los dos ejemplos
anteriores, entonces la negligencia u omisión es más escandalosa.
12.- A
muchos les angustiaba el pronunciar exactamente las palabras de la consagración
que se consideraba como un conjuro mágico que dejaba de surtir efecto si se
alteraba el sonido de alguna de sus letras.
Las palabras de la Consagración se
encuentran escritas en letras mayúsculas en el Misal Romano, incluso en el
Misal de los fieles. Si no se pronuncian o se pronuncian mal, no hay
Consagración (Transubstanciación), al menos en lo que refiere a los ritos latinos.
Es la esencia de la Misa y aquello que permanece por encima de todos los
cambios que pueden variar incluso en el Canon.
Recordemos que en las liturgias
orientales la Consagración se da a lo largo de todo el Canon (equivalente a la
Plegaria Eucarística que culmina con la Doxología en el rito romano).
13.- Había
una gran distancia física entre el presbiterio y los fieles, con grandes
escalinatas o rejas de división.
Este detalle no tiene que ver
exactamente con la Misa sino con la arquitectura propia. La división clara
entre fieles y ordenados (diáconos, sacerdotes u obispos) radica en la
naturaleza misma de que lo que se celebra y de quiénes lo celebran. Así como en
el orden natural todos los hombres tenemos igual condición (somos hijos de
Dios, hechos a imagen y semejanza de Cristo), tenemos también una condición
especial en el orden sobrenatural. Porque aquellos que han recibido el Orden
Sagrado en sus distintos grados poseen una condición diferencial de los laicos
(seglares) que radica justamente en el Sacramento.
La división física entre fieles y
clero indica justamente esa diferencia en el orden sobrenatural, de la misma
manera que uno no sube a la tribuna del juez o no se coloca tras el volante del
taxi, siendo estas tareas especiales para un juez o un taxista.
14.- Había
un tabú a propósito de las especies eucarísticas que no se podían tocar por
quien no estaba ordenado. Las sacristanas que tocaban los vasos sagrados vacíos
con un guante.
No existe tal tabú. Todo
católico sabe –o debería saberlo- que las Sagradas Especies (el Cuerpo y la
Sangre de Cristo) son de naturaleza divina tras la Transubstanciación. Dios se
sirve del Sacerdote para que en el pan y el vino se transubstancie el Cuerpo y
la Sangre misma de Cristo, y solamente él (el Sacerdote) tiene esta atribución,
que le viene conferida por el Orden Sagrado. Por tanto éste es el único que
tiene la dignidad de tomar ambas especies con la mano desnuda. Los seglares
(laicos) no han sido llamados por Dios para esto, con lo cual no están
revestidos de potestad y dignidad para tomar en sus manos estas Especies; ¿o
acaso alguno de ustedes es digno siquiera de desatar la sandalia del
Señor? Entonces menos que menos vamos a tener contacto con Dios mismo hecho carne.
Es sencillamente cuestión de respeto y adoración.
Y aquellos que sirvan el Altar
(monaguillos, sacristanes, etc.), al no ser tampoco ministros ordenados, deben
llevar los vasos sagrados (copones, etc.) con un velo humeral o paño de
hombros, recordando que llevan a Cristo en sus manos.
15.- El
sacerdote tenía un monopolio absoluto ejerciendo todos los ministerios durante
la misa, salvo la pequeña ayuda de los niños acólitos que se limitaban a
responder en latín y trasladar de sitio el misal o las vinajeras.
El Sacerdote es quien ofrece el
Sacrificio de Cristo a Dios. Él es quien tiene la potestad que se le confiere
por el Orden y quien administra los Sacramentos, y nadie más que él puede
hacerlo, porque es el alter Christo. De tal manera que quien celebra la
Misa es él, y no los acólitos, diáconos, los nuevos “Ministros Extraordinarios
de la Eucaristía” (que son más ordinarios que los propios sacerdotes) o los
“guías”. Los acólitos se limitan a ayudar al Sacerdote en el Sacrificio de la
Misa (esa es su función y no otra), sin intervenir puesto que no están llamados
a ello. Es como que un enfermero pretenda practicar neurocirugía en un
paciente.
16.- Al
sacerdote sólo le respondían los monaguillos, y no la asamblea. Nunca se
establecía una diálogo real entre el presidente y la asamblea, ni siquiera en
la respuesta “Et cum spiritu tuo”.
Esta crítica es inexacta. Ante todo
la Misa no es un diálogo entre el Sacerdote y el pueblo sino un Sacrificio que
ofrece el Sacerdote a Dios por la propiciación de sus deudas y las de los
fieles. Antiguamente (alta Edad Media) es posible que solamente los monaguillos
respondieran porque solamente ellos podían escuchar las palabras del Sacerdote,
pero en las Misas de los últimos siglos los fieles seguían las oraciones de
ambos (en las oraciones al pie del Altar, por ejemplo) e incluso podían recitarlas al mismo tiempo.
El uso del coro también debilita el argumento, pues era quien le respondía
virtualmente al Sacerdote o interactuaba con el pueblo (en el Kyrie u otros
ordinarios, por ejemplo). Quede claro que el concepto de “Misa dialogada” es
erróneo (por lo menos desde el punto de vista aquí expuesto) y su invención no
es mucho más antigua de la segunda década del siglo XX.
17.- El
ayuno eucarístico, antes de la reforma de Pío XII, se observaba estrictamente
desde las 12 de la noche del día anterior, con lo cual no había nunca Misas por
la tarde, y en las Misas al final de la mañana casi no comulgaba nadie porque
ya había desayunado todo el mundo.
Ciertamente. El Ayuno Eucarístico,
algo tan olvidado estos días, comprendía un período de tiempo en el cual no se
ingerían alimentos para respetar la Comunión. La Misa se celebraba temprano con
lo cual no hacía falta quedar en ayunas toda la mañana.
Por un lado constituye una práctica
de penitencia que nos ayuda a valorar mejor la Comunión propia. Aquellos que no
podían por motivos de salud guardar el ayuno correspondiente pedían una
dispensa al Sacerdote.
En las liturgias orientales sigue en
vigencia el Ayuno Eucarístico desde el día anterior; por ello se realiza una
suerte de “ágape” tras la Divina Liturgia, costumbre que en los ritos latinos
se ha perdido.
18.- Había
una absoluta falta de espontaneidad; cada gesto y palabra estaba dictado por el
ritual sin que el celebrante pudiese improvisar ni alterar el más mínimo
detalle. En ningún momento se sugerían formas o palabras opcionales. El
ritualismo de unos gestos mecánicos acompañaba a unas palabras en un idioma
ininteligible.
Hoy día pareciera que la Misa es una
reunión social donde el Sacerdote “entretiene” a los fieles con su “creatividad
personal”, lo cual está además favorecido por la forma versum populum
con la que usualmente celebran la Misa (contra el pueblo). Al respecto dice el
Santo Padre:
“La liturgia no
es un show, no es un espectáculo. La liturgia no vive de
sorpresas “simpáticas”, de ocurrencias “cautivadoras”, sino de repeticiones
solemnes. No debe expresar la actualidad, el momento efímero, sino el
misterio de lo sagrado. Muchos han pensado y dicho que la liturgia debe ser
“hecha” por toda la comunidad, para que sea verdaderamente suya. Es ésta
una visión que ha llevado a medir el “resultado” de la liturgia en términos de
eficacia espectacular, de entretenimiento. De este modo se ha dispersado el
propium litúrgico, que no proviene de lo que nosotros hacemos, sino del hecho
de que aquí acontece Algo que todos nosotros juntos somos incapaces de hacer”
“Es preciso
oponerse más decididamente de lo que se ha hecho hasta el presente a
la vulgaridad racionalista, a los discursos aproximativos, al infantilismo
pastoral, que degradan la liturgia católica a un rango de tertulia de
café y la rebajan a nivel de tebeo.
“Debemos
recuperar la dimensión de lo sagrado en la Liturgia. La Liturgia no es
festival, no es una reunión placentera. No tiene importancia, ni de lejos,
que el sacerdote consiga llevar a cabo ideas sugestivas o elucubraciones
imaginativas. La Liturgia es el hacerse presente del Dios tres veces santo
entre nosotros, es la zarza ardiente, y es la Alianza de Dios con el hombre en
Jesucristo, Muerto y Resucitado (…) Los hombres se sienten engañados cuando
el misterio se convierte en diversión, cuando el actor principal en la
Liturgia ya no es Dios vivo, sino el sacerdote o animador litúrgico”.
Creo que el
texto es sumamente claro y que no hay nada más que agregar al respecto.
Sobre los cambios de hoy: los textos sobre la Misa del 69 dan una
“libertad” bastante amplia sobre lo que el Sacerdote puede llegar a hacer
durante la Misa, lo cual ha operado sobre la Liturgia particular de cada
Sacerdote, desencadenando además –en algunos casos- graves abusos litúrgicos.
Vs.
19.- La teología
de los sacramentos entendía el ex
opere operato de un modo que
minusvaloraba la intencionalidad de las personas y la comprensión.
Esta “crítica”
es completamente infundada y con una argumentación totalmente descarada. Nunca
existió tal “minusvaloración” de la “intencionalidad de las personas” y su
comprensión. Sí había en cambio un gran respeto por ellos, a diferencia de hoy.
La gente se confesaba regularmente y solamente comulgaba en estado de
Gracia (se insistía mucho en este punto); hoy día es llamativa la proporción de
parroquianos que comulgan con respecto a las de antes (¿Será falta de
concientización sobre los Sacramentos? ¿Quién sabe?).
20.- Se
perpetuaban las diferencias sociales en el culto, mediante puestos reservados
en la iglesia para los ricos y notables que tenían sus propios reclinatorios en
lugares reservados para ellos.
Antiguamente era
común que los fieles más pudientes, o una familia en particular solventaran los
gastos de su parroquia o que incluso mandaran construir una con sus propios
fondos. Es muy posible que ello creara una cierta atmósfera de respeto a ellos,
y que se les reservara un banco especial para la familia. No hay nada contrario
a la fe en ello.
21.- Había
sacramentos y funerales de primera, de segunda o de tercera, según el dinero
que se pagase. Los de primera tenían más celebrantes, diácono y subdiácono,
eran cantados, y en ellos se usaban ornamentos más lujosos, y el catafalco era
más barroco.
Evidentemente
según el prestigio social o el poder adquisitivo de la familia o del particular
se harían diferentes las cosas. ¿Acaso hoy en día no sucede lo mismo? Los que
tienen más dinero pueden contratar un organista, un coro, grandes flores, etc.
Nada de ello –que no es obligación particular de la parroquia- es gratuito y
alguien debe solventarlo. Además es lógico que la pompa que tuviera la muerte
de un rey o un gobernador no sería la misma que la de un simple abogado o
agricultor.
22.- La
Eucaristía se entendía más como objeto de adoración que de manducación. Se
trataba de mirar la Sagrada Forma en el momento de alzar, con la campanilla
resonando y las genuflexiones. O la solemnidad de la Exposición solemne, al
acabar la Misa. Entonces es cuando se encendían las velas, las luces. Ahora
empieza lo importante.
La Eucaristía no
es más que el mismísimo Cuerpo de Cristo. La Adoración Eucarística es una
práctica sumamente recomendable y que da grandes frutos espirituales; limitar
la Eucaristía a la Comunión solamente nos privaría entonces de este hermoso
regalo de Dios que es contemplar a Jesús Sacramentado, Dios eterno e inmortal.
Durante la Misa
(tanto en su forma ordinaria como extraordinaria) las elevaciones tienen como
objeto que el pueblo pueda adorar a las Especies Sagradas. En la Comunión el
gesto de arrodillarse implica también un gesto de adoración hacia la Hostia
divina.
23.- El pueblo
apenas cantaba en la Misa. Había un repertorio popular muy reducido. Normalmente
se escuchaba a una schola de cantores profesionales que cantaban
en latín, en canto polifónico. Se situaban atrás en el coro y no eran un
fermento para animar al pueblo a cantar con ellos.
Es evidente que
en la concepción “moderna” de algunos, la Misa es un diálogo en el cual el
pueblo tiene que participar sí o sí para que se lleve a cabo. Esta concepción
es completamente errada. El pueblo puede asistir a la Misa de tres formas:
haciendo las oraciones del monaguillo, las del pueblo y siguiendo el Canon de
la Misa, o haciendo solamente las oraciones del pueblo y el Canon, o
simplemente orar en su interior sin tener una participación externa.
El pueblo
cantaba cantos en lengua local, cantaba con el coro o incluso interactuaba con
el coro. La schola cantorum desempeñaba papeles más específicos,
especialmente en lo que atañía al propio de la Misa.
24.- Al no haber Misas por las tardes, había distintos tipos de
actos, rosarios, novenas, sermones, actos eucarísticos…
El rezo del
Rosario es una práctica recomendada tanto por los Papas como por la misma
Virgen María en sus apariciones (como las de Fátima, etc.). Hoy día es común
ver que la comunidad parroquial reza el Rosario congregada en la iglesia antes
o después de la Misa, que también se complementa con novenas u otras oraciones
a los Santos. La Adoración Eucarística, etc., también se realiza regularmente.
Que no hubiera Misas por la tarde atiende a una costumbre por ayuno, que se
compensaba con actividades de devoción afines a la fe. Hoy día, en cambio, en
algunas parroquias se ofrecen incluso actividades poco o nada que ver con la fe
(yoga, etc.).
25.- No estaba institucionalizada una preparación catequética
para los sacramentos (exceptuada la primera comunión). Bautismos, bodas,
confirmaciones no venían precedidos por ningún tipo de cursillo.
Por lo general
la gente era catequizada durante las homilías en los tiempos antiguos (alta y
baja Edad Media, Renacimiento, etc.) sobre la Historia de la Salvación
(ilustrada en los vitrales de las Catedrales) y sobre la vida de los
Sacramentos. En aquellos tiempos los conocimientos de fe se sucedían en
familia, de generación en generación. Es lógico que la preparación para la
Primera Comunión fuera mucho más extensa que para los demás Sacramentos,
teniendo en cuenta que la Eucaristía es el centro de la vida del fiel
cristiano.
Agrego que el
concepto de “cursillo” el algo muy moderno. En los últimos siglos la educación
en las escuelas era religiosa, con lo cual la preparación para los Sacramentos,
la Doctrina, etc., se aprendía de los maestros, quienes generalmente eran
sacerdotes o hermanas.