Hace un tiempo vi la película "El último Samurái"
y me llamó la atención una serie de puntos particulares que vemos hoy día en la
situación de la Iglesia (luego explicaré cuáles son).
Brevemente para quienes no la han visto: la trama se funda
básicamente en que el Emperador Meiji del Japón (estamos hablando de fines del
siglo XIX) decide abrir las puertas de su Imperio a Occidente, para lo cual
debe necesariamente modernizarse. Esto es lógico si pretende abrirse camino
entre las potencias europeas (y Estados Unidos), ya desde el punto de vista
económico -como la modernización de la industria, la tecnificación de la
agricultura, etc.- ya desde el punto de vista militar -tecnologización del
ejército e industria militar, etc.- y desde los demás puntos de vista. Esto
claramente trae toda una serie de problemas socio-culturales en un Japón
cuasi-feudal (en sus regiones más apartadas) y que finalmente se consolida en
una rebelión que encabeza Katsumoto, uno de los generales del Emperador. Sin
embargo esta rebelión, que en principio parece una sublevación directa contra
la autoridad imperial (o contra las decisiones que ésta toma), a medida que
avanza la película se va desdibujando. Sobre todo cuando vamos conociendo mejor
al bando "rebelde".
Lo que conocemos al principio de la película sobre la
situación de los rebeldes es lo que nos cuenta el alto funcionario japonés
Omura que es pro-occidental -y que luego vemos cómo manipula al joven
emperador- y que se hará a la búsqueda de un bravo capitán de la guerra de
Secesión para que entrene a las tropas japonesas, les provea de artillería
moderna, etc. Lo que en un principio oculta al joven oficial Nathan Algren es
que lo ha elegido para que sofoque la rebelión del pequeño pero determinado
ejército samurái que se niega a ceder al avance de Occidente; esto ha sido
inspirado por la rebelión Sutsuma, acontecida en aquella época y por
motivos similares.
Katsumoto, antiguo maestro del Emperador y consejero suyo
considera que la revolución cultural que se está llevando a cabo está
destruyendo la identidad del pueblo japonés, sobre todo en materia cultural,
moral y disciplinar. Junto con su fiel ejército de samuráis resistirá hasta el
último hombre.
El capitán Algren es herido en batalla y hecho prisionero.
Es curado en un pueblo dominado por los propios samuráis y allí comenzará a
entender el asunto de raíz. Durante su recuperación advierte que el líder
guerrero es un hombre sumamente culto y que él pelea por el Emperador y para
salvaguardar al Imperio de lo que él considera el germen de la destrucción, que
es el avance del occidentalismo. Es más; Katsumoto asegura que si el Emperador
se lo pide, él se mataría con el suicidio ritual.
Ante el cambio de perspectiva de la situación que vive,
Nathan Algren finalmente adherirá al ideal samurái tras conocer su cultura y
ganar una reputación entre los propios guerreros. Él mismo ayudará a Katsumoto
y a su pequeño ejército a diseñar el plan de lucha.
Katsumoto decide sin embargo intentar una conciliación plena
con el Emperador (especialmente con el Gabinete) y se presenta ante el Consejo.
Contrasta su vestimenta tradicional con la de los demás, vestidos a la occidental;
Katsumoto ofrece simbólicamente su sable al Emperador, pero éste, bajo la
influencia de Omura, lo rechaza.
Katsumoto es hecho prisionero bajo una
consigna injusta, pero logra escapar tras ser rescatado.
En la batalla final el ejército samurái lucha con coraje
pero son superados en número y luego aniquilados por las ametralladoras.
Katsumoto apenas sobrevive para suicidarse en el campo de batalla y las tropas
imperiales lo reverencian en forma de tributo ante el escandalizado Omura.
En la escena final Algren, ya recuperado de las heridas de
la última batalla se presenta ante el emperador y le ofrece simbólicamente el
sable de Katsumoto al Emperador, quien lo acepta desoyendo los consejos de
Omura y humilla a éste en medio de la corte. El mismo Emperador asegura que él
ha querido lo mejor para su pueblo y que no ha encontrado ello en las
innovaciones occidentales. Luego despide a la comitiva inglesa sin hacer trato
comercial.
Nathan Algren le ogrece el sable al Emperador, mientras el señor Omura (atrás) es humillado.
¿Qué nos queda de todo esto?
Personalmente, destaco una serie de puntos que tienen mucho
que ver con la situación de la Iglesia hoy. Pongámoslo de la siguiente manera:
la Iglesia en el siglo XX ha tenido una considerable apertura al pensamiento
moderno, incluso secular. Es lo que llamamos “modernismo” y que ha sido tan
condenado por San Pío X y por los sucesivos pontífices. Aquí el punto no es
empezar a echar culpas sino a aceptar la realidad. Digamos entonces que gran
parte de las infiltraciones modernistas que sufrimos hoy vinieron de la mano
durante y tras el Concilio Vaticano II –no importan ahora los orígenes particulares.
En medio del torbellino post-conciliar surge un grupo
calificados por la línea oficial, digamos, como “rebeldes” y surge un Katsumoto
que reconoce a la autoridad –el Papa- pero que declara la guerra total al
modernismo y demás pensamiento que ciertas facciones quieren imponer (Teología
liberal, Teología de Liberación, etc.).
También tenemos un punto en contra: la cantidad de propaganda que ciertas figuras de la línea oficial quieren hacernos creer y que no es la plena y certera realidad (recordemos a Omura, funcionario del Emperador), sino algo presentado como obstáculo para lograr objetivos personales.
Más allá de posiciones que cada uno pueda tener (quienes me
conocen saben cuál es la mía), hay un punto objetivo que trasciende la opinión
personal y que es la realidad misma. Las ideologías o falsas interpretaciones
que se interponen con lo tradicional y que resultan no ser más que patrañas que
confunden a los fieles y al clero mismo.
Y ojo, acá no estoy diciendo que entre
los guerreros samuráis no hubiera algún piromaníaco, algún fanático
fundamentalista del sintoísmo más estricto o algún anarquista que aprovechara
la oportunidad para tirarle a los imperiales con munición gruesa. Tampoco estoy
justificando los hechos de los que se valió Katsumoto para ser escuchado o
estoy avalando la violencia para combatir la ignorancia o la necedad.
Katsumoto muere fuera de la ley, muere fuera de la corte. Aunque su causa era buena, no supo medir sus acciones; su sucesor, Algren, lo logra. Que así suceda.
Así pues lo que apunto con esperanza es a la última escena: la
reconciliación en la que el capitán Algren (el último samurái, quizás)
rinde tributo al Emperador y lo honra con el sable con el que Katsumoto lo honró
en batallas pasadas. Quizás entonces haya “males necesarios” que uno cree ver
en la realidad pero que finalmente triunfarán para mayor gloria de Dios en la
reconciliación fraterna, que no es más que producto de la confusión y la
manipulación de figuras difusas que sólo persiguen su propio interés.
El que tenga oídos, que oiga. Mt. XI, 15
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Se agradecen los comentarios firmados. Los que ofendan la sensibilidad religiosa, las buenas costumbres o el buen gusto del administrador, quedarán en revisión.