19 de marzo de 2017

La Misa Tridentina Ortodoxa

Para muchos será algo ya conocido. Para otros una curiosa (y tal vez insólita) novedad.
En 1882 el Sínodo del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla y su Obispo presidente --el Patriarca-- aprobaron un  proyecto elevado a aquella sede apostólica, cuyo objetivo era la introducción de la entonces uniforme Misa celebrada según el rito romano en la jurisdicción ortodoxa de las Islas Británicas. La inclusión del rito vendría necesariamente acompañada del Oficio Divino (Liturgia de las Horas) benedictino. Sus sacerdotes barbados se revestirían con los ornamentos típicos occidentales (casulla gótica, manípulo, etc.), e incluso con las insignias pontificales europeas (mitra puntiaguda, pastoral con voluta, pero sin anillo y con enkolpion equivalente al pectoral).

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Obispo ortodoxo revestido para celebrar el "rito occidental"
El tema da para un análisis sistemático (veremos más adelante). Sin embargo es fundamental comentar que el Patriarcado Ecuménico realizó una serie de reformas inevitables en la Liturgia romana, a fin de que siguiera ciertas formas o formulaciones de inconfundible reminiscencia oriental.

Por supuesto que el Filioque fue quitado del Credo Niceno. Pero también se cercenó el Último Evangelio (una reforma idéntica a la del Misal experimental de 1965) y se reordenó la rúbrica de las Oraciones al pie del altar --que se rezan, sí, pero en la sacristía--, algo que probablemente buscaban los reformadores conciliares latinos en la década del '60.

Eso no es todo: se introducen imprecaciones y las letanías menores típicas de la tradición bizantina. 
Los documentos pontificios desde los contemporáneos León XIII con su Orientalium Dignitatis (1894), pasando por el decreto conciliar Orientalium Ecclesiarum (1964) hasta la carta apostólica Orientale Lumen (1995) de san Juan Pablo II apuntan, entre otras cuestiones, a prevenir y luchar contra la arrolladora latinización de los ritos orientales. En el caso ortodoxo vemos la adopción de una sensibilidad opuesta: bizantinizar la liturgia latina. Alguien podrá alegar: "No es una bizantinización, sino una orientazación, puesto que el origen litúrgico de las imprecaciones y letanías es más bien Antioquía", ciudad madre aquella de la que mamaron sin duda los primeros ritos (s. IV y V en adelante) además de la vieja Jerusalén, la cual en realidad dependió del Patriarcado antioqueno hasta su autonomía a mediados del s. V.

También podrá alguno justificar esta adaptación, recordando las antiguas acusaciones orientales desde el cisma de Focio (s. IX) o el propio Patriarca Miguel Cerulario, responsable bizantino del Gran Cisma de 1054 y denunciador --en la coyuntura-- de las "ilícitas costumbres francas" que incluían "abusos" tales como el uso litúrgico de pan sin levadura.

En cualquier caso, a efectos de ortodoxiar y ortopraxiar la Liturgia romana a los ojos del Patriarcado Ecuménico y la Iglesia ortodoxa rusa (una de las mayores beneficiarias de esta adopción) es que llega a las Gran Bretaña la llamada "Divina Liturgia de Nuestro Padre San Gregorio, Papa de Roma", también coloquialmente conocido como "Rito occidental". Éste último es en realidad una contradicción, puesto que las mismas Iglesias ortodoxas históricas y las no canónicas (no reconocidas por la Iglesia ortodoxa) han "resucitado" para su provecho pastoral, otros ritos occidentales (no necesariamente latinos), a los cuales dedicaré un post futuro.

Lo interesante de este tema, más allá de las incómodas aristas anteriormente mencionadas, es que alguna de estas reformas pueden (y es una suerte de especulación personal) haber implicado un retorno a la tradición medieval, en la cual un clérigo lector cantaba desde su atril (detrás de la cancela) las imprecaciones mientras el sacerdote rezaba sus oraciones en voz baja en el altar. Esta acción litúrgica imprime cierto dinamismo a la liturgia y es algo muy visible en algunos ritos orientales. A este efecto, pueden ver este video que recrea una Misa en el siglo XV.

Otro elemento litúrgico rescatado y puesto en valor es el rol del diácono. En la liturgia romana moderna (y me refiero a la codificación tridentina pero también a la  post-conciliar) el diácono cumple un rol de "asistente litúrgico privilegiado" del celebrante. La única acción litúrgica verdaderamente imponente es la proclamación del Evangelio, seguido quizás de la preparación del cáliz y luego por la incensación de celebrante y fieles (descontamos la posibilidad de dar la Comunión). En los ritos orientales el diácono es una figura prominente de la Liturgia: no es solamente El Asistente del celebrante, sea sacerdote u obispo (que en la ceremonia romana solemne es parcialmente reemplazado por un sacerdote revestido de pluvial) sino una suerte de representante de los fieles en las imprecaciones y un "primer violín" del coro, el cual no es sino un representante litúrgico universal de los fieles, tanto en Oriente como el Occidente. En otras palabras, es un auténtico maestro de ceremonia: asiste al celebrante, manda a los servidores (acólitos) liderados por el subdiácono, es el puente litúrgico entre el sacerdote y el coro (y/o los fieles). Incluso en Oriente todavía persiste el rol del archidiácono, que se cubre con un bonete morado, y que en Occidente fue abolido por el Concilio de Trento (por una cuestión más administrativa que litúrgica, ciertamente). Esta compleja figura litúrgica, que en el rito romano (en cualquiera de sus formas y usos) se limita a un tímido acompañamiento asistencial del celebrante, es rescatada en la "Liturgia de San Gregorio" y puesta en valor, turíbulo en mano y cantando a viva voz.

En una época eclesial marcada por la reaparición de los diáconos "permanentes" --muy útiles sin duda, tanto para funciones adminsitrativas como pastorales-- la revitalización de la naturaleza litúrgica de su rol es sin duda un asunto pendiente. Desde Trento. Y ni que decir de su aplicación práctica fundamental en parroquias o rectorías a cargo de congregaciones "tradicionalistas" que se niegan a incorporar diáconos permanentes, alegando insólitamente que "antes del Concilio no los había", y limitando la vocación cristiana del laico servidor del altar al subdiaconado de facto (generalmente ni siquiera instituido). Esta limitación, que desfavorece el enriquecimiento de la eternamente deficiente liturgia parroquial (en catedrales siempre hay seminaristas diáconos), contribuye muchas veces además a la confusión de roles --y aquí hablando exclusivamente de la forma extraordinaria-- sustituyéndose y rebajándose indebidamente los grados del Orden Sagrado cuando hay sacerdotes actuando como diáconos y subdiáconos.

Por último, y en contraste con las archiconocidas acusaciones de proselitismo que espetan las Iglesias ortodoxas a la Santa Sede, es al menos llamativa la puesta en práctica del "rito occidental" exclusivamente en países occidentales de mayoría católica o protestante. El "Uniatismo" (la unión de comunidades o grupos de ortodoxos con Roma) fue considerado como "método del pasado" por la Iglesia católica y la Ortodoxa en el documento de Balamand de 1993, en favor de la profundización del diálogo ecuménico par lograr la unión de las Iglesias. Y sin embargo la promoción del rito occidental ortodoxo para atraer a Protestantes y católicos descontentos con Roma continúa, mientras el Patriarcado moscovita critica duramente a la moribunda Iglesia greco-católica rusa y a la minoritaria pero oportunamente nacionalista Iglesia greco-católica ucraniana.
Paradojas de nuestra época.

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