10 de febrero de 2014

Antes de reformar: comprender el significado

Traducimos a continuación el artículo de hoy de New Liturgical Movement.

¿Es conveniente para el sacerdote recitar todos los textos de la Misa?
Por PETER KWASNIEWSKI


En discusiones sobre liturgia uno siempre escucha algo como lo siguiente: "Concedido, las cosas fueron muy lejos, pero tienes que admitir que había algunas cosas en la Misa antigua que necesitaban cambiar. Sacrosanctum Concilium pedía cambios y expidió algunas verdaderas (aunque modestas) directivas -y quizás en una futura revisión del Misal Romano tradicional estas mejoras puedan hacerse."

Hoy en día me gusta preguntar siempre (y si estoy en la escena, lo hago) exactamente qué cambios tiene la persona en mente que cree que serían mejoras. Con pocas excepciones, los argumentos en favor de cambios en el texto del Misal, las rúbricas o las ceremonias no encuentran convicción en aquellos que entienden (y por tanto aman) el significado de esos textos, rúbricas o ceremonias. En este punto de mi vida, tras una larga experiencia de conocer y amar la liturgia tradicional in su pureza de doctrina, expresividad poética, conmovedor simbolismo, fácil integración del clero, la gente y los músicos, y (no menos) infalible psicología y pedagogía, tiendo a tener las más serias dudas sobre cualquiera de las "mejoras" propuestas que sugiere la gente. Tales "mejoras" serían obtenidas al costo de dañar la integridad litúrgica del rito, un costo demasiado elevado para pagar por ganancias discutibles.

Mi punto de vista no fue siempre así. Hubo un tiempo, años atrás, en que pensaba que la Misa antigua podía ser mejorada en este sentido o el otro. Por ejemplo, creía que era bastante evidente que el sacerdote no debería andar repitiendo las antífonas o las oraciones que la gente o la schola ya estaban cantando. Había leído expertos liturgistas que afirmaban que esto había resultado de la influencia de la Misa rezada sobre la Misa cantada, y que juzgaban una redundancia superflua; una suerte de sutil clericalismo que requería del sacerdote hacer todo o si no "su Misa" no estaría completa. Recuerdo haber discutido en un foro que durante el Gloria y el Credo el sacerdote no debería recitar el texto y luego sentarse, sino cantarlo con el pueblo, estando todo el tiempo de pie junto a ellos.

Pero ya no estoy más de acuerdo con los expertos racionalistas. He podido ver la belleza y la sabiduría en el desarrollo que llevó a la recitación personal del sacerdote de todos los textos en el usus antiquor de la Misa cantada; y aunque un artículo corto no puede hacer justicia al tema, quisiera ofrecerles algunos pensamientos disparadores con la esperanza de que los lectores (especialmente sacerdotes) se unan a la conversación por medio de comentarios.

Porque el sacerdote se para frente al altar in persona Christi, él se sitúa en persona del "todo Cristo", cabeza y cuerpo. Realiza gestos y recita oraciones ya en la dirección de Cristo a los fieles, la mediación descendente de las cosas sagradas, como en la dirección de los fieles a Cristo, el ofrecimiento ascendente de dones y oraciones. El momento de perfecta asimilación a Cristo el Sumo Sacerdote viene en el momento de la Consagración, cuando el sacerdote habla como si no fuera otro que Cristo Mismo, cuyo ícono viviente e instrumento es, en efecto: Hoc est enim Corpus meum . . . Hic est enim Calix Sanguinis mei . . .

La identidad ministerial del sacerdote es así consumada y escondida dentro de singular y perfecto sacerdocio ontológico de Jesucristo. Pero cuando el sacerdote dice en viva voz Nobis quoque peccatoribus, allí está representado a la gente, a los miembros del cuerpo místico de Cristo -porque en la cabeza de este cuerpo no hay pecado, mientras que en sus miembros hay imperfecciones que deben ser superadas para hacer su reincorporación definitiva. Por lo tanto, en su propia identidad sacramental el sacerdote representa a todo Cristo, cabeza y cuerpo, y es conveniente que mantenga este rol de completa representación desde el comienzo hasta el final -desde el comienzo de la Misa, haciendo reverencia delante del altar en humildad y confesión, hasta el final, bendiciendo a la gente y haciéndoles recordar de la sublime Encarnación del Verbo, plenum gratiae et veritatis. El dramático simbolismo de la liturgia no admite interrupción ni mensajes contradictorios.

Con esta verdad en mente, queda más claro por qué la Divina Providencia permitió que continuara la práctica de que el sacerdote recite la Misa entera -todos los propios, lecturas y oraciones- aún cuando ministros subordinados, una schola o la gente reciten o canten algunas de ellas. Cuando el sacerdote recita el Introito, está en la persona de Cristo el profeta, anunciando algún misterio que ha sido realizado en la misión terrenal del Señor. Cuando el sacerdote recita el triple Kyrie con su ritmo silencioso y sombrío, está suplicando la misericordia del Dios todopoderoso, nuevamente actuando visiblemente en la persona del Sumo Sacerdote que ofrece el sacrificio en nombre de los pecadores. Cuando él entona el Gloria, actúa como representante de la gente, los miembros de Cristo, que rinde culto al Dios trino; esto también es acto sacerdotal, uno que pertenece a todos los fieles pero que sin embargo es más adecuado para él, en virtud de la posesión de los Órdenes Sagrados. Cuando lee el Evangelio, es como la imagen viviente de Cristo que la lee. Nada de esto le resta importancia o diluye los roles que otros ministros o fieles tengan o deberían tener; en cambio, se limita a la máxima unidad de acción litúrgica al hacerlo fluir desde y hasta el mismo Alfa y Omega, Cristo Mismo, cuya unidad de ser y operación en sensiblemente representada por el celebrante.

Muchos de estos ejemplos pueden darse desde la liturgia. El sacerdote realiza gestos y oraciones que convienen no sólo a la cabeza, Cristo el Sumo Sacerdote, sino también a los miembros del cuerpo de Cristo, la Iglesia, hueso de su hueso y carne de su carne. Reitero: él representa al Cristo todo, cabeza y miembros. Y por ello es altamente conveniente que él, que ha sido formado a la imagen y semejanza del Mediador entre Dios y el hombre, siempre tenga en sus labios y en su corazón la oración de la cabeza así como las oraciones de los miembros.

Es verdadero -y maravilloso misterio- que todos los cristianos compartimos un sacerdocio de Cristo: cada uno de los fieles está bautizado como sacerdote, profeta y rey. Este carácter sacramental impreso indeleblemente en nuestra alma por el bautismo es un título para rendir culto al verdadero Dios viviente, confiriéndonos el derecho a tomar parte de los otros sacramentos y, en última instancia, de recibir su fruto, la vida eterna. El carácter bautismal faculta al cristiano a recibir otros dones de gracia, a ofrecer un culto agradable, y, sobre todo, a recibir el precioso Cuerpo y Sangre de Cristo. Esto es doctrina clásica, enseñada por Santo Tomás de Aquino, muchos otros doctores de la Iglesias y el Magisterio mismo. Con lo cual no es menos correcto o conveniente que los fieles canten aquellas partes de la Misa cantada que les son propias, como el Ordinario -los diálogos, el Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus, Agnus Dei, etc.- y que realicen acciones externas por rúbrica o costumbre, y unan su ferviente oración silenciosa a la del sacerdote que los representa. Al hacerlo, realizan su oficio sacerdotal. Cada uno hace lo que le es propio hacer, y está unido en espíritu a todos los otros bajo la cabeza de Cristo.

Esto es verdaderamente  una visión de orden, armonía, paz y sabiduría. Es el orden que vemos en forma germinal en el Nuevo Testamento, manifestado en las distintas épocas de la historia de la Iglesia, inherente a la Tradición católica, expuesto en el desarrollo orgánico de la liturgia. Como empeñados que eran (y son) los reformistas litúrgicos y radicales para derrumbar esta jerarquía natural y sobrenatural, están golpeando contra el aguijón, como Saúl, y han de golpear contra una roca inmovible. Es nuestro privilegio como católicos el ser los muchos y variados miembros del Cuerpo Místico y encontrar nuestra santidad sirviendo humildemente en el lugar al que hemos sido llamados por la Divina Providencia. Esto incluye, por supuesto, al sacerdote sirviendo al máximo en su rol sacerdotal, sin vergüenza, apocamiento o dispersión.

... una imagen de jerarquía cósmica y celestial...


Ni siquiera he tocado la cuestión de valor devocional subjetivo o personal de la recitación de las antífonas, oraciones y lecturas por el celebrante, un valor que muchos sacerdotes que celebran el usus antiquor reconocen y aprecian como ayuda preciosa a su propia participatio actuosa en su culto al Señor. Mi argumento está fundado en cambio en hechos objetivos sobre la propia naturaleza de la liturgia y el sacerdocio, una objetividad que está bellamente simbolizada y extendida por la práctica de la costumbre en discusión y por tanto debidamente impresa en los fieles que asisten a la Misa.